Un día en tres partes

 

Primera parte

Eran sobre las 8h. primeros de marzo.

Viajaba con ella hacia Granada por la autovía. A esa hora de un domingo -como el que era- no transitan demasiados vehículos.

Nos encontrábamos ya pasada la primera cuesta que sale de Rio Frio, aunque prosigue la misma, se llega a una curva donde la pendiente larga cambia de desnivel y un nuevo horizonte más o menos recto conduce en poco hasta la altura de la población de Loja.

Nada más pasar la curva antes mencionada se nos presentó entre la cuneta y el -fino, tupido, blando y aún débil- sembrado de trigo verde invernal, un automóvil completamente machacado.

Aminoré la marcha rápidamente pero sin tosquedad pues tras de mí -a cierta distancia- se acercaba un coche. Yo, sorprendido, me preguntaba cómo habría sido el accidente, a la vez que presentía la inmediatez del suceso, -el coche estaba vacío- ¿y sus ocupantes?

No era niebla, lo que se mascaba en el ambiente era humedad cansada, desprendida del cielo durante la noche que ahora de nuevo despertaba, se despegaba, volatizándose y creando una fina capa de bruma que todo lo agrisaba un poco.

Como hipnotizados sobrepasamos el vehículo sin apartar la mirada del mismo, a no más de tres metros de los restos del auto había dos chicas jóvenes, sentadas en el suelo, entre la hierba y el cemento de la cuneta, no presentaban daño físico alguno (en apariencia)(por un momento pensé -alucinado- que eran dos gacelas agotadas, que habían escapado de las garras de un león), las dos estaban muy juntas, muy serias, miraban a ninguna parte o mejor a lo más profundo, estaban pálidas y aturdidas, eran una imagen pública e intima que mostraba en silencio estático una gran complicidad tras el trauma vivido, asomarse a ese miedo juntas, inesperadamente, con brusquedad y sobrevivir incólumes. Esa sencilla unión de piernas y hombros debía transmitir entre ellas tal cantidad de sensaciones y mensajes que para nada servían entonces las palabras ni tan siquiera la mirada, bastaba el tacto apretujado, freno de temblores, pálpito íntimo; no lloraban.

A continuación, una pequeña cola espaciada de hasta tres coches que nos precedían iban aparcando, la pareja del primero hablaba por teléfono mientras se acercaban a las muchachas, el último vehículo ni tan siquiera había parado su motor, en el anterior aún estaban los ocupantes en su interior como perplejos y cavilando que hacer ahora, pensé como ellos en echarme a la cuneta y ofrecer también mis servicios, en ese instante, en dirección contraria sonaban acercándose los sonidos de distintas sirenas, un vehículo de la Guardia Civil y una ambulancia se cruzaron a la altura del siniestro aminorando la celeridad con la intención de dar la vuelta algo más abajo, nada útil haríamos allí, así poco a poco, lentamente seguimos alejándonos del lugar del accidente y poco a poco fuimos recobrando la velocidad de crucero que llevamos antes del percance.

   

 

Segunda parte

Cuando llegamos a Granada nos encontramos con nuestros amigos, almorzamos en un buen restaurante, paseamos por la ciudad, tomamos café. En aquel día me entretuve en fotografiar de forma especial algunos escaparates de los antiguos negocios del centro.

Las ciudades marcan contraste en cuanto algunos comercios que funcionan en ellas y esto se transmite -evidentemente- en sus escaparates. En Granada a diferencia de Málaga -mi ciudad- aún funcionan en la calles principales un tipo de comercio casi desaparecido en Málaga, me refiero a esos comercios locales e independientes de las grandes marcas, comercios especializados que como más de pueblo y a la vez más de capital castiza están establecidos de antaño en las principales calles, tiendas con apellidos propios que conviven resistiendo ante la globalización del mercado, gracias a la confianza dada a sus clientes -los naturales de la ciudad- transmitida a través de generaciones por su calidad basada esta en un genero perdurable y no de usar y tirar, no siguen directrices mundiales de cadenas, son tiendas al gusto intimo de la ciudad en cuestión y cómplices en la industria de hacer identidad ciudadana y estos fueron los escaparates que fotografié, os muestro foto de una tienda que por casualidad, había sido robada la noche anterior, rompiendo el ladrón o la ladrona uno de los cristales para substraer uno de los trajes expuestos. La tienda en cuestión está especializada y más por esas fechas solo en vestidos de novia (como el que robaron), trajes y vestidos de primera comunión y bautismal, en definitiva, un escaparate que nos empapaba de naciente primavera.

 

 

Tercera parte

Poco acostumbrado a este tipo de jornadas, resumidas en, todo el día en la calle, 250 Km de coche, comer fuera, pasear por la ciudad, nada de siesta, alguna copita, sin ir al wáter (a ser posible) hasta llegar a casa y otros 250 Km de vuelta ya de noche.

Era un gigante humano, vulgar en su apariencia sino fuera por su tamaño descomunal, tendría este la edad aproximada de cincuenta años, estaba mocho le quedaban unos cuantos pelos sobre las orejas, la calva le atravesaba toda la cabeza desde la frente hasta el cogote, vestía una chaqueta vieja sin llegar a estar roñosa, simplemente algo gastada y estrecha lo que hacía suponer que este personaje había engordado, llevaba un pantalón gris y corbata un poco ladeada y sin apretar.

Entre sus manos tenía un coche abollado y aplastado, reventado, al que zarandeaba acabando de destrozarlo, lo dejó caer allí, en la cuneta de la autovía, junto al campo de trigo de invierno. De uno de los amplios bolsillos hinchados de su americana asomaba un largo trozo confeccionado de Georgette blanco en seda y brocados.

El cuerpo del gigante asomaba hasta más abajo de las rodillas entre los verdes cereales de un metro de altura.